Tierra en los ojos

1. Cuando me topé por primera vez con la Danza Butoh —en la residencia artística de Peleh, en Berkeley, California—, algo inquietante me atrapó de inmediato. Había algo en sus movimientos lentos y precisos, en su atención al nervio, al desarrollo de la imagen, que me hablaba. Lo entendía de forma directa, visceral, pero no sabía bien por qué.

2. Al volver a México descubrí una escena viva de Butoh y busqué laboratorios para ahondar en sus principios. El Butoh es una danza nacida en Japón después de Hiroshima y Nagasaki. Una danza que se atreve a mirar de frente la oscuridad y pregunta: ¿De dónde surge el movimiento? Para el Butoh, el cuerpo es un saco de huesos habitado por memorias y gestos no dichos.

3. Con esta investigación me acerqué al Festival Aviv de danza judía en México, que en su edición 51 propuso como tema central los rituales en el judaísmo. Se trata del festival cultural más importante de la comunidad judía en el país: convoca a más de seis mil personas y reúne a casi todas las instituciones judías, además de invitar a grupos internacionales. Pensé que era el momento para tejer mis hallazgos del Butoh con una raíz profunda de mi tradición: el ritual de poner tierra en los ojos de la persona fallecida.  En ediciones anteriores del festival fui nombrada mejor bailarina, y también me tocó ser jurado. Mis observaciones tendían a destacar propuestas que escaparan a la fórmula, que se atrevieran a incomodar o a desmarcarse del efectismo. Esta vez, decidí ser ejemplo de esa búsqueda.

4. Consulté a rabinos sobre el gesto de cubrir los ojos con tierra de Jerusalén: es un acto sencillo y hondo, cargado de memoria. Lo visto ha sido suficiente. Es hora de abrir los ojos del alma. Un último toque de tierra sagrada. Elegí este tema no sólo por su potencia simbólica, sino porque permite al arte hablar de lo invisible. La muerte es también un ritual de vida. Cuando el patriarca Yaacov, ya anciano, recibe la noticia de que su hijo Yosef vive y va a su encuentro, Dios le dice en sueños: “Yosef pondrá su mano sobre tus ojos” (Génesis 46:4). Ese gesto —cerrar los ojos de un ser amado— es también un puente. Entre la vida y la muerte, entre el exilio y el regreso, entre lo material y lo sagrado. Desde ahí construimos la pieza.

5. Pedí guía a Aura Arreola, talentosa artista multidisciplinaria, docente y coreógrafa quien ha guiado mis procesos creativos, y bajo su tutela desarrollamos Adamá VaEnaim (Tierra en los ojos), una pieza de danza de cámara que traduce este ritual a un lenguaje corporal, íntimo y contemporáneo. La pieza inicia con un solo cuerpo erguido en el escenario que se desplaza lentamente, de espaldas, en una caminata flotante, fantasmagórica. De pronto, atisbos de dedos surgen por el cuello, iluminados por una luz roja: son dedos-llamas que se mueven como faros de un duelo. Lentamente, el cuerpo revela su perfil, y luego su rostro, que parece poseído, escucha y responde, como si alguien del más allá le susurrara instrucciones. Comienza a balbucear en un idioma incomprensible. Cuando las luces vacían el rostro hasta dejar los ojos en sombra, el cuerpo se derrumba, y la figura avanza a gatas con urgencia, como si fuera a encontrarse con aquello que buscaba. En cuclillas, recrea un cadáver con sus propias manos, lo palpa, lo mira a los ojos, y luego, el cuerpo colapsa sobre sí mismo. El rostro se esconde. Los brazos buscan aferrarse al aire hasta convertirse en tierra. El cuerpo se desplaza hacia atrás y al final, en el máximo punto de intensidad de la música, se yergue con dificultad. Algo se ha disociado: los brazos están vivos, pero el torso es un muerto de pie. Súbitamente, las manos cierran los ojos que han quedado en el umbral. Y entonces, dejamos que el silencio de otra dimensión habite.

6. Adamá VaEnaim es un acto danzado de despedida. Una manera de decir adiós con el cuerpo, de sostener la memoria desde el hueso. La tierra pesa. La danza guarda el eco de un alma que se eleva.

7. La pieza fue recibida con sorpresa. En un festival donde abundan coreografías coloridas, folclóricas y alegres esta propuesta irrumpió como daga con su temática incómoda. Algunos me dijeron que fue conmovedora.

Presentar Adamá Vaeinaim fue un acto de fe: fe en la danza como fisura, como rezo, como espejo. Fe en el cuerpo que, despojado de ornamento, puede ser un canal de lo innombrable. Quizá en el último y suspendido silencio, quedó sembrada una forma distinta de recordar.

  • Sara Camhaji (Ciudad de México, 1986) es escritora, docente y mamá. Tiene una maestría en creación literaria, dos hijos y dos publicaciones liberadas; Maleza (Alboroto Ediciones, 2022) y No tomes fotos del paisaje, toma retratos y, si quieres, pon una vista de fondo (Elefanta Editorial, 2023). Fue becaria en el 2017 por Asylum Arts y ganadora de la residencia artística The Peleh Fund en Berkeley, California en 2023.

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