“Mi búsqueda es contagiar esa alegría de celebrar la vida”

En los bordes del teatro tradicional, Natalia Chami expande el escenario con experiencias participativas para despertar ese costado lúdico que solemos olvidar. Usted está aquí lleva más de diez años sorprendiendo al público porteño, que nunca sabe con qué se encontrará al otro lado de la puerta. Y Flotante viajó por distintos países con una propuesta radical: teatro para bebés. “Esas fueron las obras que me ayudaron a creer y confiar en mi mirada”, cuenta Nati. 

Pero no lo hizo sola, porque el espíritu comunitario que propone desde la ficción se traslada también a su trabajo, donde formó compañías teatrales junto a sus amigas y colegas Romina Sak (Usted está aquí) y Azul Borenstein (Flotante). “Me apasiona la creación colectiva, ese diálogo constante donde las ideas se mezclan y transforman”. Sus colaboradoras marcaron su camino artístico, pero tal vez la mayor influencia fue su abuela Matilde, una pintora sefaradí que tiraba el tarot, invitaba a su casa a actores que conocía en la calle y era capaz de todo con tal de vivir al máximo: “Una vez abrí una revista de la farándula y la veo en una foto en el casamiento de Valeria Massa. No la conocía, simplemente se vistió y se mandó… Como era una señora grande, la dejaron pasar”. 

La nieta de la wedding crasher 

Iris, de Azul Borensztein y Natalia Chami

¿Cómo te decidiste a ser artista? 

En mi familia se actuaba todo el tiempo. Mi abuela Matilde, que ya murió, creaba algo muy performático cuando nos invitaba a los pijama partys de nietos. Siempre íbamos como diez a dormir a una casa de dos ambientes, todos amontonados, y ponía la comida en el piso, se cantaban canciones… Recuerdo actuar los capítulos de las novelas que mi abuela veía; ella bordaba nuestra ropa, nos disfrazábamos, tenía un montón de pelucas y siempre estaba esa energía de ofrecer y generar momentos de entretenimiento.

¿Era Mary Poppins tu abuela? 

Más o menos; de hecho, tenía un cajón grandote que era mágico: lo abrías y había bolsitas con lentejuelas, hilos de colores, además era pintora y los óleos y pasteles estaban desparramados por el living. Siempre era muy divertido y sorpresivo ir a su casa. Y así era todos los viernes. Esa parte de la familia era religiosa, pero ella se consideraba gitana, leía la borra del café y en shabat no invitaba solo a gente de la colectividad: estaban las puertas abiertas y se armaba como una kermés, donde uno cantaba tango, otro recitaba poesía, había actores… lo importante era el encuentro. Ese fue mi primer acercamiento a la idea de ser un agente entretenedor, que hace circular la energía de todos.

Claro, porque tus obras también son una invitación a jugar. En especial Usted está aquí, ¿no? 

Mi abuela me enseñó a estar en un espíritu de celebración. Y yo lo que vivía en Konex, donde hicimos tantas funciones, es que la gente salía inspirada, como diciendo ¡vamos a vivir la vida! Y yo amo el teatro tradicional, pero a los veinte años, cuando estudié experiencias de participación (obras de Fernando Rubio, Punch Drunk, Teatro Da Vertigem) eso me empoderaba… Salía a la calle con una sensación de que el mundo era mío y eso me parece una actitud hermosa frente a la vida: sentir que el mundo te pertenece y que vos también podés ser protagonista. Al tiempo estudié clown y eso también me influyó mucho. 

¿En qué sentido?  

Yo era actriz, pero me costaba estar expuesta, y el clown me ayudó bastante. Con el tiempo me di cuenta de que esos numeritos de clown me inspiraron, no solo como actriz sino como público, al ver como la risa surgía del vivo, del estar ahí, presente, invitando a la participación. Por eso quise conservar luego en mis espectáculos algo de esa frescura en el contacto con el público, de proponer algo nuevo que genere una mirada atenta.  

Flotante, de Azul Borensztein y Natalia Chami

Esa invitación a participar puede funcionar como una puerta de entrada para gente que no suele ir al teatro y llega en busca de una experiencia. ¿Pasa eso con el público? 

Tal vez es un camino fácil de acceder. Hay muchas personas que tienen prejuicios del teatro y esta es una manera entretenida de recibir la información, que no es compleja, por eso entran por ahí nuevas audiencias. A veces me pongo medio neurótica al pensar si mi trabajo tiene algo de superficial, como que te critican al preguntar ¿de qué hablan las obras que hacen? Y me lo he preguntado, pero yo no dudo de que la búsqueda es contagiar esa alegría de celebrar de la vida. 


Todo en todas partes al mismo tiempo

Usted está aquí, de Lindalinda

Es el año 2012 y diez desconocidos se miran de reojo en una esquina de San Telmo esperando directivas. “¿Vos también venís a la obra?”, pregunta uno, desorientado. Alguien recibe un mensaje en su teléfono: “Hay que avanzar media cuadra hacia el bajo”. Nos movemos en manada sin saber qué esperar, hasta que los gritos de dos mujeres italianas emergen entre las calles empedradas.  Discuten allá arriba, en el balcón de una casa antigua, mientras cuelgan la ropa. De pronto, un remise acelera y frena justo frente a nosotros; de ahí sale una agente inmobiliaria que pide disculpas por llegar tarde y nos cuenta detalles de la casa que pensamos comprar. Abre la puerta y subimos por una escalera oscura, iluminada con luces de led, hasta llegar a una azafata: “Bienvenidos a bordo”. Así comenzaba la primera puesta de Usted está aquí, la experiencia de la compañía teatral lindalinda (Nati Chami & Romi Sak). Desde entonces llevan diez años en escena.

“Nos gustaba el juego de hacer de otro, pero a la vez que sigas siendo vos —recuerda la directora—. Para mí eso sí tiene una profundidad, el ponerte en el lugar del otro. Estar en una comisaría, pasar a un hospital, de ahí a un grupo de meditación o a ser presidenta de la nación. El ejercicio de ubicarte en un lugar imposible para vos hace que también pienses en aquellas personas que ocupan esos lugares y cuando salgas, darte cuenta que no sos de una sola forma… Es una reflexión sobre las infinitas posibilidades que tenemos de ser. Tal vez una dice yo soy madre de mi hija y punto. Y ahora creo es un discurso bastante New Age el de no etiquetarse, pero bueno, hace quince años habilitar a pensarnos distinto, en distintos roles, fue disruptivo”. 

¿Cómo surgió la idea de especializarse en obras site specific? 

Con Romi nos hicimos amigas en la facultad y nos mandábamos mails largos con puntos de vista y observaciones, en especial de obras no convencionales, hasta que empezamos a estudiar juntas en Timbre 4. Viendo obras como Biblioteca, de Ant Hampton,  o Estación, de Mariano Pensotti, entendimos que los espacios podían ser un texto más. Había algo de esa verosimilitud entre el espacio y la historia que me fascinaba. Después, cuando estudié en Inglaterra —en el London International School of Performing Arts (LISPA)— hice una obra de teatro físico que se llamaba The City and Inés, en la que incorporaba el espacio al relato, con la que nos fuimos de gira. 

¿Cuánto influye el lugar en la creación de cada escena? 

La idea de Usted está aquí fue surgiendo en parte a partir de un concepto llamado Arquitectura Forense. Es algo policial, que dice que para reconstruir un crimen muchas veces no se tiene información, entonces hay que mirar el espacio. A mí me parecía fascinante analizar las características del lugar para reconstruir la historia. Y eso define la forma que trabajamos, la arquitectura forense, ¿no? Pensar la historia primero desde el espacio y después habitarla. Nosotras, como dramaturgas, ¿queremos ir a favor o en oposición al espacio? 

¿Cómo sería ir en contra del espacio? 

Y, por ejemplo, usar una escalera para reconstruir un aeropuerto. No es lo primero que te imaginás ponerle luces y una azafata a ese lugar, es ir en contra de lo esperado… Qué se yo, ir a favor sería, en una habitación toda empapelada de floreado, poner a una vecina sentada tomando el té. A veces buscamos eso y en otras lo opuesto, como poner carpas en un cuarto para tratar de crear un exterior en un interior. Yo moría por hacer un bosque, pero había que tener recursos…  

Es muy difícil repetir la sorpresa de la primera vez: en mi caso fue llegar por las callecitas empedradas de San Telmo para ver a dos tanas gritándose desde un balcón. ¿Cuáles fueron para vos los mejores lugares que formaron escenas? 

Y, me gustaba ese boliche que se armaba cuando salías de la escena de Alcohólicos Anónimos, porque en un pasillo angosto metimos unos láser y, al poner a todos los actores disponibles juntitos, rodeando a las diez personas del público, pudimos crear una fiesta, esa sensación de pogo. Esa idea me parece identitaria de Usted está aquí, como ir pasando de lugar a lugar y que ninguna instancia fuera de transición. 

Claro, usar las transiciones a favor. ¿Pensaban también en las emociones a la hora de ordenar las escenas o eso era más random? 

No, siempre pensamos en el ritmo emotivo y por eso amaba también otro momento, en el Konex, que se cantaba el himno nacional argentino durante la reunión de padres. Se acumulaba mucha gente en esa escalerita (ya eran como sesenta los que participaban) y veías para arriba a los delantales blancos de los alumnos formados con la directora y se generaba un momento muy emotivo con el himno. No sé, para mí era una buena construcción de distancias y perspectivas. Yo estaba orgullosa de esa escena. 

La del casamiento gitano tuvo después su propia obra incluso. 

Eso estuvo buenísimo. Y de hecho la banda que se formó, después siguió en Rrom y fue perfeccionándose. Ahora están de gira hace años… 


Entre todos es mejor

Usted está aquí, de Lindalinda

“Esa idea de pertenencia, de la identidad comunitaria, el sentir que juntos tenemos una capacidad creativa más grande que uno solo…  Eso me dio el ir a los grupos”, cuenta Natalia, que pasó su infancia yendo a las actividades juveniles en el templo NCI. “Además nos gustaba tanto crear canciones… Creo que fueron mis primeros procesos colaborativos. Y eso lo mantuve y lo sostengo como el eje central de la forma en que creo”. 

Siempre trabajaste en equipo, ¿por qué? 

No me gusta trabajar sola. A veces lo intento, porque siento cierto mandato de tener que poder sola, pero con el tiempo acepté que no hace falta. Es mucho más interesante y enriquecedor trabajar con otros.

Hay algo de generosidad en esa elección, porque si bien se disfruta más del proceso, perdés control (¡y se gana la mitad!) ¿Cómo manejás esos detalles del acabado de tus obras?

Soy muy obsesiva del control, pero fui aprendiendo que hay que soltar un poco… Y mis compañeras, tanto Azul como Romi, también son obsesivas de los detalles. Por suerte cada una en diferentes áreas. En general, tenemos una búsqueda en común de lo que nos gusta. 

Has mantenido grupos de trabajo de muchos actores a lo largo del tiempo. ¿Cómo es manejar las emociones y necesidades de ensambles tan grandes? 

Creo que hay una especie de comunión que se da sola… quien se tiene que quedar se queda, quien se tiene que ir se va, y los que nos quedamos nos respetamos mucho. Eso es lo lindo que tiene el teatro, que trabajás en un proyecto y es tan intenso y sensible que sí o sí tenés que conectar para poder actuar, con el trabajo y con vos mismo. Entonces, si llegás a ese punto ya construiste intimidad. Los grupos se han hecho familia. Usted está aquí es una cooperativa.

Las funciones de corrido hacen que la actuación sea como un entrenamiento deportivo, ¿es difícil sostener esa energía? 

En el primer año de Usted está aquí hicimos un acuerdo con el elenco de comprometerse solo por dos meses. Y como nos empezó a ir bien, fuimos extendiéndolo hasta hacer el año entero. Y todo el tiempo era un nivel de entusiasmo porque parecía un cumple, cada función era una fiesta… no solo para nosotros, hasta los vecinos empezaban a traer comida y al final compartíamos todos algo de comer, en esa mesa larga del final. Nos traían ravioles, no sé qué traían…  

Es que esa locación era espectacular, porque tenía la calle.

Sí, hay algo del espacio público… con Romi investigamos las obras de La organización negra o de Pig Iron, una compañía de Filadelfia, que nos inspiraron a hacer performances y distintas intervenciones en el espacio público que nos ayudaron a entender las posibilidades, el alcance, esta idea del espectador que no sabe qué está pasando. Siempre nos interesó el espacio público como un lugar para explorar y entender cómo dialogar con la gente… porque nos gusta lo simple. Hay algo de los gestos más pequeños de la vida cotidiana que en algún punto, si vos los amplías, son maravillosos.

En el cine es más fácil resaltarlos. ¿Alguna vez pensaste en indagar con un texto y pocos actores?

A veces, sí. Las Reli es una obra distinta, donde queríamos llevar todo a un nivel más cerradito, pero creo que es un desafío que seguimos buscando.


Religiosas punk

Las reli, una banda de chicas, de Romina Sak y Natalia Chami 

¿Cómo surgió la idea de hacer una obra sobre una banda musical de judías ortodoxas?

Un festival nos convocó a hacer una obra sobre el Abasto como espacio cultural. Entonces empezamos a caminar el barrio, donde conviven muchas culturas, y justo nos topamos con la salida de un colegio religioso judío. Un montón de mujeres caminaban hacia una esquina con pelucas, polleras largas, ropas oscuras… y yo dije, ¡mi prima! Porque tengo una prima religiosa que iba a ese colegio. Finalmente, de todas las cosas que observamos del Abasto lo que más nos identificaba era la comunidad judía. Nosotras no teníamos práctica religiosa ni vivíamos en ese universo, pero era lo más cercano de lo que podíamos hablar. 

A raíz de eso, le hacemos una entrevista a mi prima, que estudió actuación y no fue religiosa hasta los veinte años. Romi y yo teníamos una mirada restrictiva de la vida ortodoxa; sin embargo, la fe profunda que tenía mi prima parecía darle mayor libertad y cierta liviandad… porque si uno confía tanto en Dios entra en un lugar de disfrute total. Hay muchas aristas y es más complejo, pero era interesante el contraste de mi mirada versus cómo ella lo vivía. Hay mucho prejuicio con los ortodoxos, porque pareciera que hay tanto que no pueden hacer, que ¿dónde está el disfrute? Sin embargo, yo no las conocía de verdad, por eso nos atrajo traer historias de mujeres religiosas vinculadas con el arte. Había algo ahí del vínculo entre la expresión, el deseo y la fe.

¿Cómo encontraron la historia dentro de la temática? 

Indagamos en el vínculo entre el judaísmo y el arte y llegamos a otra mujer que había estudiado música en Berkeley que, al hallar el judaísmo ortodoxo, renuncia a ese recorrido artístico más profesional del arte. Hasta que se da cuenta que algo le está faltando y decide volver a tocar. Entonces llama a sus amigas religiosas y organiza un recital en el Teatro La Plaza, solo para mujeres. Esa historia nos inspiró. Y nos preguntamos, ¿qué pasaría si en ese recital de repente aparecen hombres? Porque según la ley judía, los hombres solo pueden estar presentes en la medida en que están haciendo una tarea, por ejemplo, filmando, sirviendo el café o cortando tickets. Pensamos que el recital fuera para ayudar a una familia que necesitaba la plata, así no suspendían el show (porque ambas cosas son importantes) y debían entonces darles tareas a los hombres durante el recital para no infringir la ley. 

Contraponían reglas, a ver cuál era más importante que cuál. 

Cuál ganaba, era un juego medio así. Trabajamos con actrices, aunque algunas religiosas vinieron a ver la obra. Y al final pasamos imágenes del concierto de una banda punk de judías religiosas de Nueva York que fue un hallazgo. Era sin volumen, porque no pueden bailar y cantar frente a hombres.

¿Cómo fue la respuesta de la comunidad y del público en general? 

La respuesta fue positiva. Creo que la obra no tira una bajada tan fuerte. Hay gente que no conocía nada del mundo de los religiosos. 


Baby on board 

Flotante, de Azul Borensztein y Natalia Chami

En 2016, al estrenar Flotante, el espíritu lúdico de los dispositivos escénicos de la directora sumerge también a las primeras infancias, un territorio desconocido. Aunque para Nati, se trata siempre de estar presentes y en comunidad: “Eso activa un espíritu de acción que yo considero que es casi una militancia, porque tiene algún componente político el ponerte en un rol participativo”. Esta experiencia sensorial para niños tiene elencos estables en Buenos Aires y Lima, y también se ha presentado en China, Corea, Colombia, Canadá y Chile.

¿Cómo se te ocurrió hacer teatro para bebés?

Yo era tía reciente de mellizos y con Azul, que había sido madre, nos preguntamos ¿cuánto vamos a esperar hasta que vengan a ver nuestras obras? Ah, no, ¡hagamos una obra para ellos! Y se abrió toda una veta. Los bebés tienen algo común con mis otros recorridos que es cierta inmersión, porque no lo estás viendo, sino que lo habitás… Podés girar, moverte, levantarte. Y eso tiene que ver con la naturaleza de las infancias.

¿Cómo se construye un espectáculo para bebés?

Con Azul venimos de la pedagogía de Jacques Lecoq, que trabaja con la dinámica de ver los movimientos en la naturaleza para trabajar sobre esas tensiones que hay en el cuerpo frente a las acciones. Entonces lo primero que teníamos que hacer era observar. Así nos dimos cuenta que los nenes estaban en el avanzar, retroceder, tirar, empujar. Sobre esa premisa construimos un universo que fuera diferente al resto del espacio-tiempo, donde los chicos pudieran jugar. E invitar a los adultos a que entren en el mundo de los chiquitos, ponerlos a la misma altura. 

Azul exploró materiales plásticos con mucha fantasía. Entre círculos de luz, marionetas de peces y globos con formas de medusas logramos un dispositivo que funciona, donde las primeras infancias pueden tener ese grado de disfrute… Queríamos generar un momento único donde se pudieran emocionar, relajar… Es bastante conmovedor. Siento que reconfirmamos el derecho a la belleza de los bebés, casi como un acto político, de despertarles ese deseo incluso en el cuerpo. Creer que el espacio transforma, como cuando te pasa algo físico al estar frente a un paisaje hermoso. 

¿Y a partir de Flotante fueron inventando ese nicho que no existía?

Después con Iberescena nos financiaron una obra que busca los puntos en común entre la vejez y la infancia, dentro de un mundo creado con ovillos de lana. Iris gira en torno a una anciana con una memoria esquiva, que a medida que teje logra recordar pasajes de su vida reencontrándose con la niña que alguna vez fue. Es una experiencia teatral, lúdica y participativa donde intentamos hablar metafóricamente de la muerte para los más chiquitos. 

¿Y cómo lograron tener proyección internacional?

Azul se fue a vivir a Lima, abrió la Compañía Flotante allá, y así pudimos aplicar a distintos fondos. 

¿En qué estás trabajando actualmente?

El año pasado ganamos una beca de la fundación Sura y en junio estrenamos La ópera de los monstruos, en Lima, para chicos de entre 7 y 11 años. Si todo sale bien, el año que viene llegará a Buenos Aires. A diferencia de mis otras obras, la ópera tiene otros tiempos, con momentos abstractos y contemplativos que los niños disfrutan también. Me llamó la atención que, entre tanta distracción, ellos puedan salirse de lo vertiginoso y la ansiedad para entrar en otros ritmos. Y en vacaciones de invierno estrenamos en el Konex Misión planeta tierra, una especie de Usted está a-Kids para chicos de entre 7 y 11 años, que deben resolver un enigma a través de un recorrido, alrededor de la temática del cambio climático. Además, en Flora, mi espacio cultural independiente, desarrollo hace ya cuatro años experiencias de investigación y formación artística.

  • Fernando Milsztajn es periodista, escritor, guionista y director. Hace una década realiza series de comedia; entre ellas las premiadas Un año sin nosotros, Gorda y El sueño del pibe. También colaboró en División Palermo (Netflix). En 2023 publicó Persiguiendo a Yosef, su primera novela.

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