«El judío nace con la palabra»

Imprenta Rescate

En 2012, Leandro Jacob tuvo acceso a una prensa tipográfica fabricada en Leipzig en 1905. La llamó Dorotea (regalo de los dioses) y no la soltó nunca más. Desde entonces lidera Imprenta Rescate, donde crea afiches, libros y “cuadernos de lecto-escritura” (combinando textos de la más diversa antigüedad y procedencia con hojas en blanco) con tipos móviles de madera y de plomo, sin tecnología digital de por medio. Nos reunimos con él en su nuevo taller en Villa Crespo para averiguar cómo es que su «trabajo manual en torno a la palabra y la altitud de conciencia» adorna paredes y bibliotecas de todo el mundo.

 El nombre de tu proyecto es Imprenta Rescate. ¿Qué te interesa rescatar? 

En realidad, el trabajo manual me rescató a mí. Al principio, el rescate no era algo que yo tenía para ofrecer, sino algo que me había sido dado. Venía de una vida sin ningún contacto con el trabajo manual y de pronto un día, trabajando con las manos, de pie frente a la mesa de mármol, dije:  “¡Esto es trabajar!”. Esa fue la primera revelación. Y desde ese momento, hace unos 17 años, lo vengo investigando. Hoy estoy por sentarme a escribir un libro sobre todo lo que implica el trabajo manual plástico. En mi caso, en torno a la palabra. 

Hace poco imprimiste este afiche (del libro de Hebreos, parte del Nuevo Testamento), y dijiste que a vos te interesa lo invisible. ¿A qué te referías?

Una vez, hablando con un artista plástico, le dije: “Además del vaso de plástico del que estamos tomando, ¿qué es lo plástico? ¿Por qué un artista es plástico?” Y buscamos en el diccionario, que es un gran enemigo que tengo cerca siempre, y hablaba de plasmar —pienso en el plasma, en el quinto elemento, en lo akáshico—. En definitiva, en una memoria de lo vivenciado, que es invisible pero es lo único que verdaderamente queda, porque cualquier otra cosa material si bien no muere, se transforma. Ahora bien, el elemento que como seres humanos podemos incorporar a la experiencia es la materialización  —es algo obvio, pero es de estas cosas tan obvias que ya nadie las ve ni las reflexiona—. Y la primera herramienta de materialización es la palabra, que al mismo tiempo es invisible. Nos es dada la palabra desde muy pequeños y no nos cuesta nada. Pero cuando nos detenemos en que, al decir la palabra “playa”, aparece en la mente del que la escucha la playa de su imaginario, nos damos cuenta de que si empiezo a utilizar otras palabras, empiezo a alimentar mi imaginario de una manera determinada.

Supongo que tu trabajo con la imprenta debe ser muy meditativo. Uno imagina que de la meditación no surge nada, pero de tu práctica queda una huella.

Es verdad. Quizás un meditador te diría que de su práctica también sale una huella, que quizás sea invisible o quizás se inscriba en su cuerpo o en algún otro lado. En mi caso, la meditación es enfrente de una prensa tipográfica. 

Un día venía pensando en la palabra “sueñe”; no como un imperativo, sino como una sugerencia. Llego al taller y me pongo a armarla con las letras de madera. Tenía muy pocas en ese momento, y una sola lata de tinta negra, y, como recién empezaba, le puse una cantidad enorme de tinta, como dulce de leche al flan. ¡No secaba nunca! Entonces, cuelgo las impresiones en un tender primitivo para que al otro día estén secas. Y en un momento hago una pausa, salgo de la habitación, y cuando vuelvo veo a Dorotea, la máquina, y todo alrededor de ella: sueñe, sueñe, sueñe, sueñe, sueñe, sueñe, sueñe, sueñe… Ahí tuve la revelación de lo que puede significar materializar en serie. Esta palabra es el primer elemento materializador y puede ser también un pedazo de papel. ¡Es un pedazo de papel, sí, y un retrato de Modigliani es un pedazo de tela! Ahí está el valor que se da no al objeto, sino a lo que transmite. Cuando alguien se lleva un afiche y lo cuelga en su casa, lo que ocurre es como que la imagen va y viene: la persona ve el afiche y vuelve para adentro. El afiche no se gastó, diría Duchamp, eso está ahí. El contacto fue —ahora que dije Duchamp— infra-leve. Sin embargo, eso que quedó ahí es tan fuerte. 

Y al mismo tiempo, hay otro elemento más que en la oralidad no se da, que es la forma de la letra, y el color —su vibración, te diría hoy; en otro momento no lo sabía—. Sobre la forma de la letra, ¿de dónde sale? Pensá: venimos del alfabeto romano, que viene del griego, que viene del [comparte raíz con el] hebreo y el arameo, qué andá a saber de dónde viene… Hasta que se nos detiene el relato de la historia en un guarismo, una inscripción en la piedra: hay un dibujo que es una línea que quiere decir algo, no sabemos muy bien qué. En la alquimia se habla del alfabeto perdido. Pero, por ejemplo, la primera letra, la que muchos alfabetos se ponen de acuerdo en que es la primera, quiere decir algo como “aliento”. Lo primero que hacemos es esa respiración, esa apertura de boca. Y eso es lo que permite que todas las demás letras aparezcan. Sin lo que conocemos como A o Alef o Alfa, no hay el resto de las letras. Se supone que esa fue la primera inscripción, la primera huella. 

Entre los textos de arte, de historia y de distintas religiones y corrientes esotéricas, vas cruzando distintos conocimientos. ¿Dónde encontrás los lugares de mayor inspiración?

Ahí está lo del rescate, ¿no? Yo me hago responsable de absolutamente todo lo que imprimí, pero no soy el autor de eso, ni siento que yo lo encontré. Es justamente cuando mi “yo” se corrió que algo emergió. Sí, soy un apasionado de la búsqueda, de la apertura. Hablando de las letras y de la apertura: la mano. En hebreo, tenés la letra “kaf” y la letra “yud”, una mano abierta y una cerrada. Una que hace y una que recibe. 

En hebreo, la letra kaf es la palma y la yud es… ¿el dedo, no?

Es la mano cerrada, antes que el dedo; la mano que toma, el verbo “asir”. Y la otra es la abierta. Y eso es lo primero que hace el bebé: también hay ahí algo humano. Mucho más que el “pulgar oponible” del que habla la ciencia. Por eso, tenemos que ponernos en un lugar de asombro, más que de ciencia. El que dice “yo soy el doctor que va a explicar…” es un aburrido, que perdió el asombro. Y además me explica el fenómeno, pero nunca me habla de la causa. Y yo creo que lo humano es la causa. Como hoy, con la robótica, la inteligencia artificial. Que se diviertan, chicos, con todos los efectos que pueden lograr. Pero si no buscamos la causa, si no vamos a Oriente (si no nos “orientamos”), la parafernalia de efectos no tiene ningún sentido.

Frente a una situación de asombro, buscamos la fábula conocida que nos ayude a entenderla. ¿Qué chiste de los Simpsons me explica esta situación? Tenemos a mano distintos recursos, narraciones arquetípicas, “alfabetos”, con los que simbolizar el mundo. Pero a mí me pasa que hay un alfabeto que siento más mío, un diccionario que reconozco más cercano: en mi caso, la tradición judía. De todo el mar de lecturas al que vas para investigar para imprimir en afiches, ¿hay lugares a los que volvés siempre?

Durante muchísimo tiempo tenía un mazo de tarot en el bolsillo, no podía salir a la calle sin él. El mazo tenía los 22 arcanos mayores, y por supuesto tenía inscritas las 22 letras del alfabeto hebreo. No estaba borrada esa información. Para mí es crucial que en el tarot esté inscrito el alfabeto hebreo, porque fueron unos de los que lo crearon. En otro momento recurría al el I-Ching, la cábala, y después el sufismo, la alquimia. Fueron distintos momentos de la vida. 

A los 13 o 14 años, cuando me di cuenta de que la escuela no era un lugar donde iba a aprender nada, me puse a estudiar por mi cuenta. Y me gusta, así que no se va a terminar esa búsqueda. Entonces empiezan a aparecer afinidades, que me parece muy importante, porque hay algo del corazón. Lo que le gusta a uno no tiene por qué gustarle al otro. Y también, comprender que estamos en un viaje, que con suerte va a durar muchos años, y entonces vos no sos el mismo que ayer o que mañana, y tus afinidades van cambiando. 

Hablando de afinidades, ¿cuáles son hoy tus afinidades en el terreno de la gráfica? Por ejemplo, en los últimos años la obra Imprenteros [de Lorena Vega] fue un suceso, ¿te reconociste en una tradición de gráficos?

Uno de mis afiches es un chiste de Groucho Marx, “nunca pertenecería a un club que me tenga a mí como socio”. Fui a ver Imprenteros, y me hizo acordar al momento de mi vida en que veía obras de Vivi Tellas en el Sarmiento, más que referirme al oficio en sí. De hecho tengo bastantes problemas con eso, porque la gente me pregunta si hago fotocopias, pero yo no tengo nada que ver con el mundo gráfico. Si me preguntás con quién tomaría un café, sería con Macedonio [Fernández] o con Xul Solar. Con Roberto Arlt también. Pero no se me ocurre ningún contemporáneo. Me pasa lo mismo con el mundo editorial. Como hago libros, me dicen “¿Qué te parece a vos la edición independiente y contemporánea?” Y no me importa para nada. No me interesa la pregunta ni lo que yo tengo para decir. Creo que lo rico es el mundo tal cual es, donde conviven un morrón recién cosechado al lado de un lemon pie, al lado de un libro. Eso es lo hermoso, no que haya solo lemon pie. Me pasó toda la vida, desde chico: hacé convivir al Playmobil con el Lego y con un rompecabezas, no tengas un ejército de Playmóbiles.

Este año hiciste algunos afiches especialmente espirituales y algunos sobre fuentes judías. ¿Estás explorando un tema en particular? 

Es una civilización de miles de años, que le ha pasado de todo, y esas poblaciones, salvo los bebés, no eran analfabetas. Así como otros pueblos que también existen hace miles de años y que giraron por el mundo… Así como un gitano nace con un violín, el judío nace con la palabra. Aprende la palabra antes que cualquier cosa. 

Ahora, ¿qué ocurre con la palabra? Es algo que me fascina. Si tenés cinco palabras, podés conformar una combinación determinada de frases. Si tenés 50, tenés más posibilidades. Ahora, la mente también trabaja así. Entonces, si yo tengo 50 palabras, puedo conformar un pensamiento determinado. Y si tengo 5000, puedo generar un pensamiento más complejo y una creación imaginaria más rica. Entonces, hay muchas pobrezas que no están en las estadísticas. Si una persona tuviese diez mil palabras en lugar de cien, sería rica. Esa es la riqueza que yo conozco, que tengo en el taller: la posibilidad infinita que da el alfabeto —lo digo para ser consciente de mi abundancia; de ahí parto—. Y esa conciencia de abundancia vinculada a la palabra como conciencia para mí es judía.

¿Esta conciencia surge de tus lecturas o de un aprendizaje familiar? 

No, es una interpretación mía.

El día que te conocí, venías del Centro Sefarad. ¿Qué mamaste de tu familia sefaradí? 

Mi viejo es un tipo al que le encanta leer, le encanta la historia argentina. Y mi abuela [su madre], turca. ¡Una comida de altísima calidad! Y mi otra abuela, criolla, así que de pronto era una combinación de masa filo con empanada de carne en la misma mesa. Una mezcla de lo criollo con lo oriental. 

Y hablabas de Xul Solar, que tenía esa combinación, algo muy…

¡Muy argentino! Ese judío gregario acá arma un blend genético que en otros países es imposible de creer. La máquina que yo tengo, que está emplazada en Villa Crespo en este momento, es una máquina alemana de la ciudad de Leipzig, de 1905 aproximadamente. Tiene una chapita que dice “Poliszuk y Radrizzi”. Entonces, se juntó un polaco con un italiano en un café de Argentina y dijeron: “Che, traigamos máquinas de afuera”. ¿Eso dónde pasa? ¡En un bar en Buenos Aires! Esa es una riqueza muy interesante de este territorio, que arma un ser muy rico, muy abierto y muy receptivo. Porque viene cualquier persona del resto del mundo y encuentra un espejo. Y no en todos los países del mundo a los que vas encontrás un espejo. Encontrás cosas lindas, encontrás cosas feas, ¿pero un espejo?

Y ahora que Imprenta Rescate está en Villa Crespo, ¿cómo sentís la energía del barrio? 

Es una energía muy particular. Yo digo que esto es Jerusalem. La gente envidia a Villa Crespo por varias razones legítimas y correctas. Está en el medio de la ciudad, y encontrás todo en la misma manzana; si sos un niño y no podés cruzar la calle, igual lo encontrás todo. Escuela, distintas comidas, arboledas. Me siento muy cómodo acá. Mi viejo tenía un negocio textil en Villa Crespo, o sea que yo toda mi infancia la pasé acá, nací en el barrio de al lado y este es mi segundo barrio.

¿Tenía máquinas textiles? ¿Tenías contacto con máquinas? 

No, él es comerciante de textil. Bueno, mi abuela tenía una máquina de coser Singer, que es muy parecida a lo que hago yo, la misma lógica mecánica. 

¿Te dejaba usarla? 

¡No! Me dejaba sentarme al lado y ver cómo pedaleaba, pero lo recuerdo perfectamente. Esa mesita que después la dabas vuelta… una joya. 

Uno de tus afiches es una frase de una canción de Atahualpa Yupanqui junto a un dibujo de las sefirot de la cabalá. La masa filo con la empanada criolla.

Absolutamente, ahí está. Yupanqui quizá no sabía lo de las sefirot, pero claramente para mí hablaba de esto. Porque, ¿qué es el olvido y el recuerdo? Recordis quiere decir volver al corazón; salir del olvido de sí, explicaría Gurdjieff, y volver a recordarte a vos mismo tu conexión con el yo superior. 

Eso es para mí lo que significa “el árbol que tú olvidaste siempre se acuerda de ti”. Que igual estás protegido, igual estás siendo acompañado. Ese es el tono de esa canción. Por eso cuando lo quise imprimir dije “acá tengo que poner el árbol de la vida”, con un poco de forma de árbol, como para llevar de manera más plástica la palabra. Cada vez que puedo hacer eso lo hago, aunque a veces no hace falta, y a veces la palabra o la frase de por sí me permite construir una imagen.

Como este afiche, “Haciendo asciendo”, que abreva en la tradición de poesía visual.

A mí me lo dijeron después: esto que vos hacés es poesía visual. Bueno, ponele el nombre que vos quieras. Para mí, se trata de cómo puedo expresar de la manera más fidedigna posible lo que siento sobre la frase o palabra que quiero expresar.

Esta mañana estaba preparando el mate y escuchando a Mercedes Sosa. Y decía, “claro, yo soy compositor e intérprete”. Soy compositor porque compongo con tipos móviles, pero también un intérprete. Esta cosa del intérprete es algo muy rico a nivel de libertad creativa. ¿Cómo se canta esta canción? Como vos la quieras cantar, como sentís que es la canción. 

Escuchaba Canción de las cosas simples, que cantan un montón de otras cantantes. Pero Mercedes la interpretaba de una manera que a mí me toca una fibra, tengo una cosa muy fuerte con ella. Y no escribió nunca ninguna canción, las interpretó. 

Pero algunas frases de tus trabajos sí las inventaste vos. 

Sí, algunas son mías. Y también hay veces que firmo con otro nombre, para no poner el mío, o no firmo, porque no me importa todo eso. 

¿Cómo elegís qué imprimir? ¿Qué te maravilla? 

Para mí, no elijo absolutamente nada. Me hago cargo de todo lo que imprimí, como te decía antes, pero no elijo como puede elegir un consumidor qué traje comprar en el shopping. 

Mejor vamos a decir: es inevitable. Cuando algo se convierte en inevitable, o sea, no puedo evitar imprimirlo, es cuando lo imprimo. Esa es más la dinámica. En un momento como que está urgido de que ya tiene que salir, tiene que materializarse. Porque como no es para mí, lo que ocurre es que el mensaje precipita. Yo lo imprimo, se saca la foto, se comparte y llega a quien tiene que llegar ,que yo no tengo la menor idea de quién es. Ese es el laburo, básicamente. 

Yo soy el mayordomo de esta gran mansión que es Rescate. Le digo mayordomo porque veía la serie Downtown Abbey, donde está esa casona inglesa y hay un mayordomo y un Lord, y dije: “Claro, yo soy el mayordomo de Rescate”. Lo veo vinculado al servicio: brindarle un servicio al proyecto, y brindarle un servicio a la humanidad a través del proyecto, si querés. 

Imprimiste la famosa frase de Hilel, “Si no estoy para mí, ¿quién? Mas si sólo estoy para mí, ¿qué soy? Y si no es ahora, ¿cuándo?». ¿Por qué?

Es una frase muy conocida en la cultura judía, que se viene diciendo hace muchísimo tiempo. Y leí un texto que decía que quizás Hilel haya sido uno de los maestros de Jesús, porque da más o menos la cronología.

Estas preguntas son las mismas de siempre. Creer que esta época es la final, la mejor o la peor es tu fantasía. Hay gente que no conoce a Hilel, ¡y era un sabio…! A veces estamos escuchando o preguntándole a los contemporáneos cuando atrás nuestro hay un acervo, que ya hizo las preguntas correctas.

Otro afiche, con la definición de la RAE de la palabra milagro, está dedicado a Nissim, que significa “milagros” en hebreo. ¿Quién es Nissim? 

Nissim era mi abuelo, el papá de mi papá. Es un tipo que vino acá bancando a toda la familia, se trajo a toda la familia de Bulgaria. Somos milagros, en el sentido de mirar todo el linaje que hizo posible que nosotros estemos acá hoy. Es volver a la conciencia del milagro.

  • Agustin Jais

    Agustín Jais (Buenos Aires, 1985) es artista y diseñador. Fundó el Club Cultural Matienzo, donde fue curador de exposiciones y director artístico de festivales y programas de residencia. Trabaja como consultor para organizaciones dedicadas a la educación judía y la inclusión social. Fue speaker en congresos internacionales, traductor de inglés y hebreo y docente de arte y cultura digital. Vivió en Jerusalem entre 2020 y 2023. Es presidente de AJLA.

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