Gastón Zvi Ickowicz: “Es la primera vez que una muestra mía me da tanta tristeza”

El Museo de Israel está en la cima de una de las tantas colinas que conforman Jerusalén. La ciudad está en silencio: es Shavuot, feriado nacional, y buena parte de la ciudad pasó la noche en vela estudiando Torá. Gastón Zvi Ickowicz (1974) me está esperando en la puerta; parece descansado. Entramos saludando a los guardias. שדה (que se pronuncia “sadé”), su exposición individual, transita la última semana; hace ocho meses que vuelve una y otra vez a acompañar a periodistas, coleccionistas y amigos. “Me pasaron todas cosas buenas con esta muestra, pero francamente estoy contento de que ya se termina”, me dice en un español con acento argentino e injertos en hebreo.

Volver una y otra vez al mismo lugar es la marca personal de los proyectos fotográficos del argentino-israelí, que llega al museo más importante del país luego de realizar exposiciones individuales en los Museos de Tel Aviv y Herzliya y participar de muestras colectivas en todo el mundo. Su procedimiento: llegar horas o días después de situaciones sociales y políticas y capturar las huellas que estas dejan en el paisaje. Así, pasó años observando el sitio al lado del Checkpoint 300, donde cada día trabajadores de Betlehem esperan largas horas de madrugada para cruzar a Jerusalén. O la exposición a cielo abierto que el movimiento scout Masada organiza el día de Yom Hazikaron —a pocos metros del museo, en la ladera de la colina— y que él visita hace más de una década, siempre el día después. Pero el territorio que visita en שדה —que significa campo o terreno— es uno que, por desgracia, todo Israel tiene en la retina colectiva.

Gaston Zvi Ickowicz, West to East, 2024, Inkjet print, 160×200 cm

Atravesamos el parque de esculturas, la sala que guarda los célebres rollos del Mar Muerto y la exposición de arqueología hasta llegar a una sala donde nos recibe un paisaje horizontal, en formato medio y con máxima profundidad de campo. Decenas de huellas de autos surcan desprolijas el barro. Una ciudad se adivina a lo lejos y la luz del amanecer se cuela como una mancha de amarillo intenso por el costado derecho. La foto fue tomada a las 6:29 de la mañana, a la misma hora y en el mismo lugar en que un mes atrás, el 7 de octubre de 2023, irrumpieron terroristas de Hamás; allí se celebraba el festival de música Nova. Lo que vemos en la foto es el camino por donde cientos de jóvenes intentaron escapar en auto o a pie. “El amanecer que se suponía sería el punto culminante de la fiesta, en cambio se convirtió en el momento en que el terror se apoderó del lugar”, dice el texto de sala. Gastón complementa: “Pero la salida del sol fue una gran ayuda para todos ellos, porque los orientó sobre hacia dónde debían escapar”. Ese día, más de 1200 personas fueron asesinadas y 251 fueron secuestradas y llevadas a la franja de Gaza. Ya dentro de la sala, otra foto de igual tamaño expone la vista desde el mismo lugar pero hacia el punto cardinal opuesto: mirando hacia Gaza, la noche todavía no termina de irse.

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Vista de sala, Museo de Israel, 2024-25. Foto: Tal Nisim

El terreno que exploran las fotografías es plano, agrícola, vacío. “El paisaje horizontal, la línea del horizonte, en general es algo positivo, pero acá fue terrorífico: no había adónde escapar. Por eso en partes del vídeo, el horizonte se inclina y rota”. El artista se refiere a la instalación de video de tres canales que ocupa la mitad del generoso espacio de exposición. Su paso de la fotografía al video no es novedad: ya había trabajado en este mismo formato de cine expandido para la versión de Masada que presentó en el festival DocAviv de 2022 (y, disclaimer, en el que tuve el zjut de colaborar). “Diseñamos la sala para que desde todos lados se pueda ver y escuchar algo del vídeo”, dice. Estoy lejos pero veo el amanecer sobre el cinturón de Gaza; decido cambiar el recorrido planeado y acercarme arrastrando al artista conmigo.

Mientras observo la pantalla, Ickowicz acomoda con precisión los almohadones dispuestos en la sala, que estaban arrumbados a un costado. “Cada día que vengo están así”, se resigna. Apenas termina, una familia llega y se sienta, no sin antes moverlos más cerca de la pantalla. “Es un país libre”, le digo, y se ríe. No inventé la frase: eso gritó hoy, justo al amanecer pero en el Muro de los Lamentos, un hombre que se dispuso a sacar fotos a las decenas de miles de personas desveladas que se arrumbaron allí para recibir la bendición sacerdotal de Shavuot y que lo interceptaron al grito de “¡Asur! ¡Asur!” (¡Prohibido!). 

Ahora sigue siendo día festivo, pero el Museo de Israel —uno de los hitos modernos de Jerusalén— está abierto y cientos de personas de todo el país pasean por las salas donde no llega ni un eco de las voces que acusan a Israel de teocracia.

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Comienzan los quince minutos de Field (2023-2024) con un plano de video tomado por el fotoperiodista Roee Edan. “Habíamos colaborado para una muestra que hice en 2018”, me explica. En ese entonces recorrieron juntos los incendios que dejaban barriletes y balones incendiarios arrojados desde Gaza en la zona que rodea al kibutz Kfar Aza, donde vivía Edan. El 7 de octubre los terroristas entraron al kibutz. Edan fue asesinado; su hija Abigail, de 3 años, estuvo secuestrada durante dos meses.

Ya frente a los paisajes registrados por el propio Ickowicz, el terreno se expande, se espeja… “Esta mirada es lenta, casi idílica, en absoluto contraste con la naturaleza caótica de los acontecimientos tal como están registrados en nuestra memoria colectiva”, escribieron los curadores Tamara Abramovitch y Gilad Reich. 

Volvemos a hablar del sonido. Son grabaciones de campo registradas y procesadas por Daniel Kiczales, prestigioso artista sonoro que vive en Jerusalén, igual que Gastón. “Solo hay tres sonidos de estudio agregados a la mezcla”, confiesa. De pronto, irrumpe con pavor un estallido, como el de una explosión lejana pero a todo volumen, cuyo eco va transformándose en unos truenos distorsionados que resuenan tras un cielo sin nubes y el trinar de pájaros como sirenas. “La guerra que se desarrolla en las cercanías”, me responde el texto curatorial. No fui el único en la sala en sobresaltarse; ya son varias las personas que me cuentan que aún hoy, más de 600 días después del inicio de la guerra, sufren al escuchar no solo las sirenas de alerta ante los misiles hutíes, sino las de cualquier ambulancia que cruce la ciudad. 

El sonido de estudio llega, bienvenido, al final del vídeo: una guitarra eléctrica, aunque desvanecida en ecos que se pierden en el paisaje, conserva la dulzura del arpegio, la unidad mínima de una posible canción de duelo y homenaje. 

El llanto sobreviene, y le pregunto cómo hace él para tomar distancia. “Sé separar la emoción para enfocarme en mi trabajo. Pero en estos largos meses de exposición vine infinidad de veces, y es la primera vez que una muestra mía me da tanta tristeza. A veces siento como que vengo por primera vez o que las fotos no son mías”. 

Me cuenta que su mayor desafío emocional fue con la instalación fotográfica Hideout (“escondite”), quizás el otro punto sobresaliente de la exposición. “Los sobrevivientes de Nova (o en algunos casos sus familias o personas que ese día viajaron hasta ahí a rescatar a quienes pudieran) me dieron ubicaciones de Google Maps de sitios en donde pasaron tiempo escondidos de los terroristas”. Agrupaciones de dos, tres y cuatro fotografías registran arbustos, matorrales y pastizales. Cada rama retorcida hace pensar en un cuerpo. O más bien sentirlo; es imposible no imaginarse ocupando el lugar ya vacío. Pienso, quizás por el registro en blanco y negro, en esa transferencia de cuerpos que propuso el Siluetazo en 1983 en Buenos Aires. O en las ramas de Argentina (paisajes) de Mondongo, que también se nos vienen hasta casi tocarnos. A diferencia de esta última, acá no hace falta insertar easter eggs: la trama de terror aguarda paciente detrás de cada foto. “Esta instalación es solo una parte de la serie —dice Ickowicz—, en realidad hice fotos en casi cuarenta escondites”.

Gaston Zvi Ickowicz, Hideout, 2023-24, Inkjet print, 68.5×80 cm

Para eso, fue a la zona infinidad de veces. La primera, al día siguiente que volvió de Londres, adonde fue inicialmente junto a su familia, como tantos otros que dejaron —dejamos, ay— el país al albor de las terribles noticias del 7 de octubre. Luego de esa vez, fue muchísimas veces más. “Cada vez que íbamos, no sabíamos si íbamos a poder volver otra vez, ya sea por nuestra seguridad, o porque clausuraran la zona. Así que cada vez que podíamos, íbamos”. Para eso, solía hacer base en la casa de sus padres, que llegaron a Israel cuando Gastón tenía seis años y ahora viven en Beer Sheva, a solo media hora del sitio donde se desató la masacre.

—Mis padres se fueron en 1980 de Buenos Aires, después de que la dictadura arrestara a mi tío. Hace poco pensaba, ahora que denunciamos que aún no se conformó una comisión de investigación sobre las acciones del gobierno en relación al 7 de octubre, que en Argentina el Juicio a las Juntas fue muy rápido, ¿no? En solo dos años de democracia lograron llevar a la cárcel a las cabezas militares.

—¿Creés que hay algo de tu historia familiar que influye en tu mirada artística, tu forma o ética de trabajo?

—Al principio de mi carrera, cuando hablaba con curadores me decían que como yo era un exiliado podía tener una mirada empática hacia los palestinos. Quizás tenían razón, pero no es algo que pensé ni surge desde una posición ideológica. Supongo que es algo que aparece. 

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Recorro la sala y espío a los visitantes. “Es un buen fotógrafo”, dice un niño. El aludido reconoce a una mujer, la saluda: es su dentista. Al rato llega una mujer de Erez, un kibutz cercano a Gaza cuyo equipo de seguridad logró repeler el intentó de invasión aquel 7 de octubre. Imagino que todos compartimos algo: ver reflejadas, en las heridas del paisaje que revelan las fotos, las heridas de cada uno.

“En definitiva, esta muestra habla del dolor israelí. Por eso veo que vienen todo tipo de personas y se emocionan. Veo a mujeres con la cabeza cubierta [identificadas con el nacionalismo religioso] que lloran. Yo tenía más miedo de la reacción de la izquierda, pero tuve suerte, y nadie atacó la muestra”. 

Gaston Zvi Ickowicz, Re’im Parking Lot, 2024, Inkjet print, 108×135 cm

Dos fotos me resultan familiares. “Reconocés el lugar, ¿no?”, me pregunta Gastón. “Ahí mismo, en el estacionamiento de Re’im, sucedió el Nova”. El lugar aparece increíblemente despejado, a excepción de un auto de policía y una cinta de peligro entre los árboles. “Cada día esperábamos que despejaran el lugar más y más, pero después de esto, se volvió a llenar, ahora hay ahí un memorial”. Que la muestra no haya sido atacada sino celebrada no es suerte: hay constancia y el corazón puesto en la mirada. “No se trata de responder a la realidad solo por reflejo, porque tengas una cámara en la mano. Sino que debe haber un punto de vista estético, un pensamiento filosófico y social detrás”, dijo el fotógrafo en una entrevista al periódico Haaretz. ¿Y cuál es el pensamiento detrás de su trabajo? “En mi opinión, una acción fotográfica no debería ser una plataforma política, sino un espacio cultural desde el que se pueda debatir la política. No veo la fotografía como una acción activista”.

De todos modos, ¿sentís que te hizo falta abordar el dolor palestino en esta muestra? 

Sí, y siempre lo digo en las charlas. Pero no puedo hacerlo: en esta guerra es simplemente imposible. Recién ahora aparecen fotógrafos que desde el lado israelí retratan la destrucción de Gaza a distancia. Eso empieza a haber. Pero es sencillamente imposible otra cosa.

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A veces, la escuela de la fotografía creativa pretende hacer poesía al revestir la realidad con formalismos o, peor, apartar la cámara del horror que yace frente a ella. Sin embargo, en el caso del 7 de octubre y la fiesta Nova es al revés, porque justamente lo que abundó fue el registro fotográfico. 

En la citada entrevista a Haaretz, Ickowicz sostiene que Sadeh contraría “la documentación popular que alcanzó su apogeo ese día”. “Fue un acontecimiento extraordinario, quizá un precedente —arriesga—, ya que tanto los atacantes como los agredidos se documentaron. Fue más intenso que lo que ocurre en Ucrania porque todos estaban en el mismo espacio abarrotado. La distancia entre el atacante y el agredido era nula. Todo se documentaba constantemente, y constantemente surgían imágenes sin filtro”. 

Vista de sala, Museo de Israel, 2024-25. Foto: Tal Nisim

Quizás el mejor ejemplo sea el rincón de la exposición donde hay obras de la serie «Objeto». Son más pequeñas y están enmarcadas en aluminio, que resalta la frialdad del material. Leo el catálogo: “Durante sus numerosos peregrinajes por la zona de la fiesta Nova, observó piezas de metal sin forma ni función claras. Conversaciones con arqueólogos forenses revelaron que estos objetos amorfos eran partes de vehículos fundidos. Al parecer, los terroristas utilizaron materiales altamente inflamables capaces de derretir el chasis de un automóvil al tamaño de un objeto que cabría en la palma de la mano. Ickowicz primero envió estos artículos a análisis de laboratorio para confirmar que no contenían restos humanos. Luego los fotografió de una manera que recuerda a la fotografía forense”. 

El artista se apresura a contarme el detrás de escena: “Al final los fotografié sobre la mesita gris que tengo en mi estudio, con la luz de la ventana. Es que todo lo que había probado antes, con más iluminación, era demasiado lindo. Creo que llegué a algo que se ve como una simple pieza de artesanía, con un lenguaje fotográfico que dice mucho y a la vez no dice nada.”

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Gaston Zvi Ickowicz, Highway 232, 2023, Inkjet print, 33.6.5×42 cm

Es hora de almorzar y el museo está abierto, pero media ciudad está cerrada. Manejamos hacia el este de Jerusalén. Entramos al barrio árabe de la ciudad vieja por la imponente puerta de Damasco. “No te da miedo, ¿no?” “Con vos, no”, respondo. En el auto, me pregunta por la Argentina de Milei y me da pie a preguntarle por Israel.

—Siento que en la diáspora muchos judíos simplemente están algo cansados de que se les pregunte por su posición frente al 7 de octubre y la guerra. ¿Cómo es acá, cuánto y de qué formas se habla del tema?

—Todos quieren hablar del tema, todo el tiempo. Con mis estudiantes [Ickowicz enseña fotografía en Bezalel y también en el Seminar HaKibutzim de Tel Aviv] es difícil, hay que ser muy cuidadoso y preciso con las palabras y saber qué decirle a quién. Hay aquellos que dicen “que los maten a todos”, otros que acaban de volver de miluim [el llamado del ejército como reservista], hay de todo. 

—Tu trabajo es especialmente silencioso, vacío de personas, sin embargo detrás hay un proceso de mucho diálogo, y con todos: desde habitantes de asentamientos ilegales hasta las víctimas de ataques de esos mismos colonos en Huwwara. ¿Cómo es ese pasaje del habla a la traza de sus historias en el paisaje? En realidad, quiero saber cómo hacés para contener las ganas de salir a gritar y putear.

Gastón busca en el aire la palabra panfletario

—En principio, no me interesa el arte preocupado por manifestar una posición ideológica. Pero si me preguntás dónde quedan mis ganas de decir algo más, bueno, la primera vez que vine con mi actual asistente acá, al este de Jerusalén, pasamos por donde estaban desalojando una familia palestina de su casa, y él no podía creer que yo tuviera la energía de pararme en la puerta y no dejar que pasara la policía ni nadie. Supongo que todo eso sale en momentos como ese.

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Se acaba el hummus y es hora de despedirse. También la exposición llega a su fin, pero una obra de Gastón Zvi Ickowicz quedará entre las salas del prestigioso Museo de Israel, que acaba de reconfigurar su exposición permanente incluyendo una obra del artista. “Hace tiempo tengo obras en la colección permanente. Ahora, me pidieron algo en relación con mi nueva exposición, pero que no fueran las mismas obras. Tenía dos trabajos que no entraron en la muestra, y eligieron uno”. El conjunto de obras que reúne Sadeh, en cambio, comenzará a circular. “El museo adquirió dos de las obras e irán a préstamo al Museo Judío de Nueva York. Pero todavía nadie ofreció exhibir la muestra completa. ¿Quizás en Argentina?”

Gaston Zvi Ickowicz, East to West, 2024, Inkjet print, 160×200 cm

*Foto de portada: Zohar Shemesh

  • Agustin Jais

    Agustín Jais (Buenos Aires, 1985) es artista y diseñador. Fundó el Club Cultural Matienzo, donde fue curador de exposiciones y director artístico de festivales y programas de residencia. Trabaja como consultor para organizaciones dedicadas a la educación judía y la inclusión social. Fue speaker en congresos internacionales, traductor de inglés y hebreo y docente de arte y cultura digital. Vivió en Jerusalem entre 2020 y 2023. Es presidente de AJLA.

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